Este texto debió salir aquí hace mucho tiempo, exactamente el 22 de abril del 2015, la fecha de inauguración de la exposición "Seis Meses" en el Centro Cultural Benjamín Carrión; sin embargo, debido a problemas de orden antes que a necedades, su estreno se retraso hasta el día de hoy. Es para mí un honor poder llenar a nuestro Menos Palabras del nombre de este pintor amigo. Sin más preámbulo, aquí uno de los textos de introducción leídos aquel día:
Está muy lejos de lo que me he propuesto leer aquí una nota biográfica, pero eso sí quiero dejar claro de una vez por todas, me he propuesto hacer algo igual de aburrido, esto es, interpretar los habitantes del mundo pictórico de Gonzalo Zurita. Toda obra carga habitantes particulares, toda obra esta delimitada por la visión y las deficiencias con las que ha sido ejecutada. No es que hacer esto me resultara más fácil que escribir una nota biográfica, pero al proponérmelo me di cuenta de que no tenía mucho que decir, no porque mi amigo, hoy honorado por todos nosotros -esperemos-, tenga poco más de veintidós años. La edad no tiene nada que ver con tener o no una biografía. Lo que sí es cierto es que el hecho de hacer una reseña biográfica se me hace penoso de por si: fácil, en el mejor de los casos. Bolaño, nuestro Bolaño, decía que no tenía problema alguno con las autobiografías siempre y cuando las escribiera un hombre con una erección de 30 centímetros. Pasa lo mismo con las reseñas biográficas.
Está muy lejos de lo que me he propuesto leer aquí una nota biográfica, pero eso sí quiero dejar claro de una vez por todas, me he propuesto hacer algo igual de aburrido, esto es, interpretar los habitantes del mundo pictórico de Gonzalo Zurita. Toda obra carga habitantes particulares, toda obra esta delimitada por la visión y las deficiencias con las que ha sido ejecutada. No es que hacer esto me resultara más fácil que escribir una nota biográfica, pero al proponérmelo me di cuenta de que no tenía mucho que decir, no porque mi amigo, hoy honorado por todos nosotros -esperemos-, tenga poco más de veintidós años. La edad no tiene nada que ver con tener o no una biografía. Lo que sí es cierto es que el hecho de hacer una reseña biográfica se me hace penoso de por si: fácil, en el mejor de los casos. Bolaño, nuestro Bolaño, decía que no tenía problema alguno con las autobiografías siempre y cuando las escribiera un hombre con una erección de 30 centímetros. Pasa lo mismo con las reseñas biográficas.
Pero dije que lo que quiero investigar aquí es a la gente, al personal pictórico con los que Gonzalo Zurita tiene vérselas cada día, y lo dije porque siempre me pareció que su pintura lo que pone en evidencia es esa infancia simbólica del Génesis, de las Escrituras, en que estuvieron emparentadas la carne y el barro. Al ver la pintura Los amantes de Sumpa, al ver aquellas dos formas fornicando, en medio de las épocas, unidas por todos los tiempos, que han levantado sus cuerpos una vez más con la sola intensión de volver a fornicar, la primera pregunta que me he hecho es si es que, efectivamente, son de barro. Parecen tan esculpidas. Pero resulta que no, que uno puede ver la textura de la carne, pero de una carne no perfectamente acabada, de una carne barrosa que debió ser el primer intento en la creación del hombre, pero que viene a ser el último intento para su pintor.
Es eso, me digo, lo que busca la pintura de Gonzalo Zurita entonces, conservar el boceto monstruoso con el que un dios, -cualquier dios- intentó crearnos, pero cuyos primeros experimentos han sido olvidados, destruidos por él mismo quizá, enviados a la fosa común del vacío, en una especie de nazismo divino. Algunas de las pinturas hoy expuestas como Transfiguracion 2015, Lo que veo 2015, o El santo 2015 retratan la vida de aquel hombre que Dios desmereció para ser nosotros, de aquel hombre que es de barro pero al que ya le nace la piel por debajo, que es monstruoso por ser anterior a nosotros, atávico, arquetípico.
Esta alquimia del barro convertido en carne, de la carne que se convierte en barro, llega a su catarsis en Transfiguración. Es el barro que se quiebra, es la carne vieja que se arruga, pero que presagia una conversión, una transubstanciación de esta materia en otra, una sublimación de la misma. Es el hombre primero cuyo cuerpo contra-hecho, quebrándose, lo conduce a la reencarnación, ¿al re-embarramiento?
Es decir que, a medida que miramos sus obras, encontramos en estos seres de Gonzalo Zurita no solo una continuidad, sino también un espectro simbólico que antes no esperábamos. No le ha bastado con hacerse unos personajes raros, sino que los han llenado de una presunta ritualidad, de una espiritualidad confusa pero latente. Todos parecen partidarios de la misma misa.
En El Santo, de tema efectivamente mexicano, podemos tener un aproximación de los ídolos de esta sociedad ficticia, los vemos atormentados, como los nuestros, pero otra vez están hechos de un material extraño, ya ni si quiera parece barro, parece madera, parecen ídolos hechos de madera.
Pero lo que quiero decir con esto del barro y la madera es que la pintura de Gonzalo Zurita no es pintura, es alfarería, es escultura y escultura interior. En contados casos como La familia y Dentro del sagrado corazón, no está esculpiendo, rostros, cuerpos, torsos, y esto -le guste o no le guste- le viene de su semejanza con Guayasamín, de su pintura como expresión de la desesperación y angustia humanas. El otro pintor del que viene, tradicionalmente, es Luigi. Luigi y Guayasamín son dos paradigmas, entre ellos la influencia de la modernidad, con Rendón Seminario de parangón. Pero no soy crítico de Arte, ni quisiera serlo, lo único que he venido a decir aquí es que he visto unos seres que no son de este mundo, ahí, en las pinturas, y que han sido abandonados por Dios, por cualquier dios. ¿Y si esta injusticia se ha cometido contra ellos podemos olvidarlos nosotros?