Amo tus pechos
Amo tus pechos porque siempre
te llevan la delantera y porque
me miran de manera más sincera
que tus ojos.
La circularidad atómica y galáctica
de tu culo, cuyo secreto es su gratuidad
y su armonía de cosa regalada,
tiene la gracia de una fruta que dios
hubiese olvidado encima tuyo,
cuando te creaba.
Tu cadera sólida, dorsal, submarina
—ay— casi me da pena que se quiebre en dos
sobre tus piernas.
Pero hay en tus piernas una pincelada
especial, cuya morfología es japonesa
y tienen algo de hexagrama, de griffiti,
y de guitarra.
Tus ojos, cómplices de tu corazón,
llevan la mañana diaria a mi vida,
con algo de soles y me despiertan con
un golpe de periódico vespertino.
Pero son tus brazos, delicados y definitivos,
los verdaderos raíles de mis ojos.
Por ahí suben y bajan, locos, como un tranvía,
que se refugia en los túneles que me dan la
bienvenida a tu ciudad secreta.
Por fin he llegado a tus manos. Las manos
son como un segundo rostro y puedo jurar
que las reconocería aunque cambiaran de dirección
y de destino, de vuelo y de palomas.
En las tuyas veo un segundo rostro y en las mías
encuentro un río que pasa dándome la hora,
y me señalan el lugar de mi destino.
De pronto, en un golpe sorpresivo,
veo dentro de tu boca un pequeño hombre
que respira.
Soy yo, pero me siento ya celoso.
Martín Mora Ortega.